DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS (fragmentos)

Nuestra organización se ubica en las filas del marxismo revolucionario. Toma el camino de esta corriente histórica que ha combatido incansablemente al capitalismo, impulsando la revolución socialista para alcanzar el poder obrero y construir una sociedad sin explotación, sin injusticias ni privilegios, que dé lugar a la realización de una sociedad sin clases, la sociedad comunista. Por eso, la tarea central de nuestra organización es impulsar la revolución socialista en Argentina. Y para ello la labor más urgente y prioritaria, a la que se encuentra volcada de lleno toda nuestra organización, es la construcción del partido que sepa hacerse carne de las tareas históricas de la clase obrera, el partido que asuma la responsabilidad de conformar la vanguardia revolucionaria del proletariado y que sea capaz de ganarse ese lugar de honor, contribuyendo a la conciencia y organización de los trabajadores y los oprimidos para la causa de la revolución socialista: el partido revolucionario de la clase obrera.


PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

Enemigos del capitalismo

El capitalismo, que nos pretende encandilar con sus progresos técnicos, mantiene a la humanidad en la barbarie permanente. El hombre es explotado por el hombre mismo, vale decir, los capitalistas del mundo entero explotan a los trabajadores de todos los rincones del planeta para vivir en el lujo y en la abundancia. Además, el mundo dirigido por los capitalistas conduce los destinos de la humanidad de una crisis económica a otra, de una guerra de rapiña a otra; condena al pueblo trabajador al hambre, y a sus hijos a la desnutrición; en pleno siglo XXI el analfabetismo y enfermedades hace tiempo “erradicadas” retornan trágicamente, mostrando a cada paso la podredumbre de este sistema. Los distintos gobiernos que existen bajo el capitalismo se encargan de sostener este estado de cosas, son gobiernos burgueses que preservan los intereses y privilegios de su clase. La explotación, la opresión y el sometimiento de miles de millones de hombres por unos pocos se encuentran en la propia base de la sociedad capitalista, razón por la cual dentro de este sistema no existe solución posible para la clase trabajadora.

Por eso, todas las propuestas que lanza la burguesía con la supuesta pretensión de mejorar las condiciones generales de vida, pero que no se plantean la abolición y superación de las relaciones sociales propias del capitalismo, no son, en realidad, más que fórmulas para tratar de mantener la continuidad de la explotación de la burguesía sobre la clase obrera. Es lo que sucede cuando hablan de “humanizar” el capitalismo o mejorar la distribución de la riqueza, o cuando piden que esperemos que dentro del capitalismo los ricos “derramen” un poco de su riqueza a los más pobres. Son propuestas que evitan atacar la razón de ser del capitalismo: la propiedad privada sobre los medios de producción por parte de la burguesía y la consecuente explotación de la fuerza de trabajo de la clase obrera para el exclusivo beneficio de los capitalistas.



Vigencia del marxismo

El capitalismo no puede dar ninguna salida, sino sólo penurias para los trabajadores. Y ha sido el marxismo el que ha brindado las herramientas fundamentales para la comprensión de las relaciones sociales en el capitalismo, develando las razones más profundas de la brutal inhumanidad de este sistema y permitiendo mostrar una salida para la clase obrera que no sólo es posible, sino además urgente frente a este régimen de barbarie.

El marxismo pone en evidencia que en la sociedad capitalista existen y luchan permanentemente dos clases sociales antagónicas: la burguesía, clase cuya propiedad sobre los medios de producción le permite imponer la explotación a los desposeídos y vivir así del trabajo ajeno; y el proletariado, clase conformada por esa amplia mayoría que, careciendo de otros medios, se ve obligada a vender su fuerza de trabajo como única forma de supervivencia. El resto de los estratos intermedios oscilan entre los intereses de una u otra clase, se ubican tras el programa, o bien de los capitalistas o bien de los trabajadores. No existe neutralidad, ni intereses, ni programas al margen de las dos clases en pugna. Los intereses de ambas clases son irreconciliables, ya que el enriquecimiento y la misma existencia de la burguesía están condicionados a la constante y creciente explotación de los trabajadores, lo que significa, a su vez, que la satisfacción de las aspiraciones del proletariado no puede realizarse si no es a condición de derribar a los explotadores y su régimen burgués. De esta forma el marxismo ha mostrado que existe una lucha de clases constante entre el proletariado y la burguesía, cuyo resultado parcial en la actualidad es el dominio de los capitalistas sobre los trabajadores, evidenciando, a su vez, que la única forma en que la inmensa mayoría proletaria puede salir del sometimiento y la explotación es asumiendo y llevando esa lucha de clases hasta el triunfo de la clase obrera, aplastando en ese combate a la burguesía y su sistema capitalista. El marxismo ha evidenciado también cómo, en el capitalismo, la fuerza de trabajo humana es transformada en una mercancía que se vende en el mercado y ha dejado de ser una actividad esencial y creadora del hombre. Así, quienes deben trabajar para sobrevivir, en el capitalismo sólo se sienten vivos cuando termina su jornada de trabajo.

Mientras la ciencia burguesa ha pretendido borrar los contornos históricos del capitalismo, para hacerle creer a los trabajadores del mundo que este sistema de explotación es eterno e indestructible, el marxismo ha evidenciado el carácter circunstancial del capitalismo, describiendo las relaciones sociales anteriores y el surgimiento histórico del sistema actual demostrando la posibilidad de su superación revolucionaria, como única alternativa a la barbarie y la explotación. Y el marxismo ha ido más allá, y ha mostrado que el proletariado es el sujeto histórico que puede y debe hacerse cargo de la tarea revolucionaria de sepultar al capitalismo para constituir relaciones de igualdad y hermandad entre los hombres. El mundo entero puede prescindir de la burguesía, esa clase parásita que se enriquece por la apropiación del trabajo ajeno. Por el contrario, el proletariado, hoy sometido a la imposición del capital, es el único creador de la riqueza social que con su trabajo cotidiano hace funcionar las fábricas y los campos, levanta ciudades y caminos y crea día a día el conjunto de la producción que a él le es negada y de la que se apropia un reducido grupo de capitalistas. El proletariado, decimos, es el sujeto revolucionario capaz de transformar de raíz esta sociedad y de establecer nuevas relaciones sociales sin explotación ni opresión entre los hombres. Sólo bajo estas nuevas relaciones sociales, donde no haya explotación, el hombre será verdaderamente libre y el producto de su trabajo estará guiado por el espíritu de hacer avanzar a la sociedad en su conjunto. Eso es el comunismo, nuestra aspiración máxima.



Por el comunismo

Frente a la anarquía de la producción y la barbarie inherente a la sociedad capitalista, el marxismo ha propuesto y mostrado la necesidad y viabilidad de un régimen social sin explotación, donde el conjunto de los hombres aporten con su trabajo al bienestar social y tomen de él lo que les sea preciso: el comunismo. La organización de esta sociedad de productores libres, emancipados de la imposición de la explotación de la burguesía, implica necesariamente la eliminación de los capitalistas y, con ello, de la sociedad dividida en clases, no sólo porque no aportan con su trabajo al bienestar general, sino porque (por eso mismo) viven a costa de arrancarle al proletariado el producto de su trabajo, extendiendo la explotación y la miseria.

Por eso, la posibilidad de conquistar una sociedad de trabajadores libres de toda explotación, sin opresión de ningún tipo, está condicionada por la posibilidad de que la clase obrera se imponga en su lucha revolucionaria sobre la burguesía y logre vencer la resistencia que los capitalistas emprenderán por el poder para mantener o recuperar sus antiguos privilegios. Así, para lograr la sustitución de las relaciones sociales capitalistas (basadas en la explotación de un pequeño número de burgueses sobre una enorme masa de trabajadores), por las relaciones sociales comunistas (sostenidas en la asociación libre del conjunto de los hombres convertidos en productores libres) se hace necesario conformar un régimen social dirigido por los trabajadores que sea capaz de resistir los intentos de restauración capitalista: el socialismo.



En lucha por el socialismo

La conquista del socialismo no significa aún la supresión de la lucha entre las clases sociales antagónicas, pues no supone la liquidación total de la burguesía explotadora, sino que es expresión del triunfo de la clase obrera sobre los capitalistas en el marco de la lucha de clases, cuando aún están presentes los intereses burgueses para reconquistar sus privilegios sostenidos en base a la explotación del trabajo ajeno. En el marco de esa lucha de clases aún vigente, y frente a la antigua dictadura del capital que era la dictadura de una minoría privilegiada sobre la gran masa de trabajadores expoliados, el socialismo se presenta como la imposición del proyecto de la gran mayoría proletaria sobre el de los que anhelan la vuelta a la explotación, es decir como la dictadura del proletariado sobre la burguesía. En esa lucha aún viva contra la restauración de las relaciones de explotación propias del capitalismo, el socialismo se plantea como tarea central la abolición de la explotación del hombre por el hombre y el desarrollo de nuevas relaciones sociales entre los trabajadores basadas en la cooperación y el bienestar común sin privilegios para nadie, lo que supone la organización planificada de la economía y la educación en base a valores comunistas para forjar un hombre nuevo. Para dar lugar al socialismo, la clase obrera precisa conquistar el poder que se encuentra en manos de la burguesía.

La toma del poder estatal

Para sostener su dominación en base a la propiedad privada de los bienes de producción y el producto del trabajo, la burguesía ha construido un andamiaje político, jurídico, militar, e ideológico cuya función primera es mantener el poder en sus manos. Los distintos tipos de regímenes burgueses, como la democracia parlamentaria o la dictadura militar, son siempre variantes de una misma dictadura: la que ejercen los capitalistas sobre el proletariado. La imposición de los explotadores sobre los explotados está sostenida, siempre, en última instancia, por la violencia organizada de los capitalistas. Para ello la burguesía cuenta con una herramienta central, una maquinaria que regula y centraliza el uso de la fuerza por medio de las leyes y de la represión policial y militar: el estado. Por medio de elecciones, golpes de estado y otros recursos, los políticos y partidos burgueses se disputan habitualmente los gobiernos, asumiendo con ello el control del estado y cumpliendo siempre desde allí el mismo rol: la defensa de los intereses de la clase capitalista. Por eso, al decir de Marx, “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.

Por si fuera poco, además de las leyes y la represión directa por medio de las fuerzas represivas estatales, los capitalistas cuentan con toda una serie de mecanismos que, aún sin que necesariamente formen parte del estado, contribuyen a sostener su dominación sobre la clase obrera. Así pues distintas instituciones como los sindicatos burocratizados (y muchas veces integrados parcial o totalmente al estado o a los partidos patronales), los grandes medios de comunicación, las ONG`s, sirven como herramientas de la burguesía para sostener su dominio.

Frente a esa maquinaria centrada en el poder del estado burgués, el proletariado tiene como primera misión la toma del poder, el derrocamiento de la burguesía y su maquinaria estatal y su expropiación. Así será posible la conformación de un nuevo tipo de estado, con la sociabilización de los medios de producción, que enfrente los intentos de restauración de las relaciones de explotación y se haga cargo de impulsar el socialismo, dando lugar a la planificación económica y a la educación socialistas, bajo el gobierno de los trabajadores. Con la clase obrera organizada en el poder se logrará la transformación social donde regirán las nuevas relaciones sin explotación, sin opresión, sin diferenciación de clases, haciendo del estado una estructura innecesaria que llegará a su extinción.



(…)



El partido revolucionario

Frente a la organización política y militar de la burguesía, la clase obrera tiene como tarea primordial para encarar la lucha por la revolución socialista, la conformación de la organización que sintetice sus más claras aspiraciones revolucionarias y su decidida predisposición a la lucha por el poder obrero y el socialismo: un partido de cuadros y de combate, el partido revolucionario de la clase obrera.

Ante la carencia de un partido revolucionario de la clase obrera en Argentina, nuestra organización comprende que la tarea central para el proletariado y su vanguardia en esta etapa del proceso revolucionario consisten en la construcción de ese partido. Para ello, desde su misma conformación, nuestra organización ha hecho y seguirá haciendo los más grandes esfuerzos para forjarse, desarrollando el conjunto de las atribuciones que le conciernen al partido revolucionario de la clase obrera.

El partido revolucionario de la clase obrera debe tener una clara definición programática consecuente con los principios del marxismo revolucionario y una firme disposición combativa para dirigir el enfrentamiento contra el régimen burgués, pues su tarea es dirigir la revolución socialista en nuestro país, asumiendo y conquistando ante las masas un rol de vanguardia.

Así mismo debe tener una clara política de militancia en los frentes de masas donde se vinculen el trabajo estratégico del partido por la revolución con las organizaciones de masas que participan en la lucha del pueblo. Porque el partido es parte de la lucha del pueblo es que se inserta, nutriéndose de la experiencia de las masas, y educa a su vez con la difusión de sus ideas más avanzadas, las ideas de la revolución.

En esta tarea de construir el partido rescatamos la más alta tradición de lucha revolucionaria contra el capitalismo que encarnan figuras como Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Guevara.

Se hace imprescindible, como se ha demostrado históricamente, que el partido revolucionario de la clase obrera esté conformado por cuadros integrales (…), es decir, que estén formados teóricamente, que sean ideológica y moralmente íntegros y que se encuentren dispuestos y preparados para llevar adelante una lucha revolucionaria a muerte contra la burguesía para la conquista del poder obrero. Un partido de revolucionarios que, como nos lo ejemplificara el Che, estén dispuestos a guiar su vida por las tareas que nos plantea la revolución socialista. Sólo con una organización de estas características la clase obrera estará en condiciones de llevar a la derrota a la burguesía y tomar el poder.



El internacionalismo

La burguesía, como el capitalismo, existe a nivel mundial y así como se organiza en el plano local de sus respectivos países, con su estado y sus condiciones particulares para la explotación del proletariado, también lo hace a escala internacional a la hora de ponerse de acuerdo para defender la continuidad de su régimen y frenar las luchas de la clase obrera y el desarrollo del socialismo.

Los marxistas revolucionarios, concientes de que el capitalismo es un sistema mundial de explotación del hombre por el hombre, nos planteamos como única posibilidad de triunfo verdadero sobre el capital, la extensión del socialismo a nivel mundial como única garantía de derrotar definitivamente a la burguesía y avanzar hacia nuevas relaciones sociales entre los hombres, sin explotación ni opresión.

En el marco de esa lucha, la clase obrera debe lograr construir la organización internacional de los trabajadores revolucionarios para desarrollar la revolución a escala global.

El triunfo de la revolución socialista en un país determinado es un gran avance para la lucha del conjunto del proletariado y debe ser la tarea planteada en primer orden para los revolucionarios de cada país, pues contribuye material e ideológicamente a la continuación y profundización de la lucha contra el capitalismo y por el socialismo en el resto del mundo, haciendo cada vez más próximo el triunfo definitivo de la clase obrera sobre la explotación capitalista. Pero está harto demostrado que cuando la revolución no avanza, tanto a nivel local como internacional, ésta se estanca y retrocede. Así, incluso aquellos países que, como Cuba, han dado gigantescos pasos para la conquista de un régimen proletario, subsisten bajo amenaza y dan marcha atrás cuando la revolución se limita a su país y no se desarrolla a escala internacional. Cuando eso sucede, como ya lo han mostrado plenamente países como Rusia, China o Vietnam, el destino inevitable es la restauración del capitalismo con su despliegue de explotación y miseria.

Por todo ello, frente a Cuba y todo otro estado que eventualmente se constituya como el producto de la toma del poder por parte de la clase obrera y su vanguardia revolucionaria, los marxistas revolucionarios respaldamos cada uno de esos logros de los trabajadores y nos pronunciamos por la defensa y profundización de lo conquistado. Pero por eso mismo nos corresponde en forma consecuente cuestionar y enfrentar aquellas acciones, figuras o gobiernos que lleven al retroceso de la revolución, sea por su tendencia a la burocratización y división clasista de la sociedad, sea por la recuperación de las pautas económicas y los valores morales del mercado capitalista, todas tendencias que contribuyen a la derrota de la clase obrera y su revolución y con ello a la restauración de la explotación y la barbarie capitalista.

Por otra parte como marxistas debemos ser claros al afirmar que una lucha que no se plantea el socialismo no presupone la ruptura con el capitalismo y su futuro, aún en el caso de un triunfo, es la permanencia de las relaciones de explotación.

Pero esa claridad de criterios para definir la proyección y las limitaciones de cada lucha contra la opresión no puede ser excusa para condenar los heroicos esfuerzos que hacen militantes, organizaciones y hasta pueblos enteros por sacarse de encima el yugo imperialista y conseguir su independencia frente a otros estados capitalistas más poderosos o por conquistar ciertas transformaciones progresivas en sus respectivos países. En este sentido repudiamos las condenas y ataques que diversas organizaciones pacifistas realizan contra diversas luchas antiimperialistas, nacionales, o democráticas, en función de su método (…). Esas condenas, aún cuando son planteadas en nombre de una justificación político-programática, suelen ser la plataforma desde la cual se paran los pacifistas reformistas para condenar, no al capitalismo y sus seguidores, sino a los métodos que la clase obrera deberá asumir si pretende derribar del poder a la burguesía. Por eso los marxistas revolucionarios defendemos el derecho de autodeterminación de los pueblos oprimidos por las grandes potencias y nos solidarizamos enteramente con su resistencia.



La independencia de clase

La razón de la lucha proletaria es la abolición de la explotación, es decir de los explotadores y su sistema social, sean estos más o menos grandes, extranjeros o nacionales. Por eso, la lucha revolucionaria por el socialismo ubica a todas las fracciones de la burguesía de la nación que sean y del tamaño que sean, de la vereda de enfrente, en el campo del enemigo que se niega a abandonar las relaciones de explotación que le permiten vivir del trabajo ajeno gracias al sometimiento de la clase obrera.

Por eso los marxistas revolucionarios tenemos como principio la intransigencia frente a la burguesía y sus ofertas de conciliación, en completa oposición a las propuestas de “alianza de clases” con los explotadores. Y lo mismo vale para los sectores de la pequeña burguesía, sean ellos explotadores o no, o incluso aquellos trabajadores que sostienen concepciones ideológicas propias de ese sector y plantean, de una forma u otra, la defensa de los intereses de la burguesía; es decir, aquellos que proponen la continuidad de la explotación (aunque más “atenuada” o “regulada”), la continuidad del capitalismo (aunque “humanizado”) y se conforman con la concesión de reformas redistributivas en el marco de la explotación capitalista.

Tanto las propuestas de la burguesía, como las de la pequeño-burguesía, que sueña con la moderación de las contradicciones de clase pero no rompe en lo absoluto con el régimen de explotación, están enfrentadas a los trabajadores y su partido, cuyo objetivo es inevitablemente la lucha contra la burguesía, sin que exista punto de conciliación con ella, ni con ninguna de sus fracciones o expresiones políticas.

Existen experiencias históricas donde la burguesía o la pequeña burguesía han hecho llamamientos a la clase obrera para la integración de “frentes populares”, “frentes de liberación” o “frentes antiimperialistas”. Experiencias como la de China, España, Nicaragua o incluso Venezuela hoy, donde la clase obrera ha sido engañada y derrotada, marcan un antecedente de que con estas iniciativas se ha abandonado la posición de clase bajo la propuesta de conciliación de intereses históricamente enfrentados e irreconciliables, haciendo aparecer juntas a la clase obrera y la burguesía luchando contra un supuesto “enemigo común”. Muchas veces suele señalarse al imperialismo como este primer enemigo al que la clase obrera y la burguesía deben combatir juntas, como si la burguesía no fuera la principal enemiga del proletariado sea esta nacional o internacional. Por eso, nuestra organización, así como debe hacer el partido revolucionario de la clase obrera a cuya construcción nos abocamos, rechaza toda subordinación a la burguesía por medio de estos frentes o cualquier otra expresión de la conciliación y consecuente subordinación de los intereses del proletariado a los de la burguesía.

Por el contrario la necesidad de llevar adelante la revolución socialista nos plantea organizar y desarrollar la lucha de los trabajadores, inmensa mayoría de la sociedad y única clase capaz de establecer nuevas relaciones sociales, con absoluta independencia de la burguesía, cuya expresión más organizada y conciente es el partido revolucionario de la clase obrera. Junto a la clase obrera y bajo su conducción política, es aspiración del proletariado y su vanguardia revolucionaria conquistar el apoyo y la participación activa de aquellos estudiantes, cuentapropistas, profesionales, campesinos que viven de su propio trabajo y demás sectores no explotadores que asuman como propio el programa de la clase obrera.

La necesidad de la revolución socialista como única alternativa posible y anhelable para los trabajadores y la humanidad toda, nos plantea, entonces, como tarea central para nuestro país, la construcción de su partido de vanguardia. Nuestra organización, conciente tanto de su carencia como de su imperiosa necesidad se plantea, como primera y principal tarea para el desarrollo de la revolución socialista en la Argentina, la construcción del partido revolucionario de la clase obrera.

Vigencia del marxismo revolucionario

Nuestra organización se ubica en las filas del marxismo revolucionario. Es continuidad de una corriente histórica que, basándose en el marxismo, lucha por la revolución a escala internacional.

Con este horizonte, la lucha contra las corrientes que se autodenominaban socialistas, pero que negaban planteos elementales de la revolución (como la necesidad de que la clase obrera se organice en partido político, asuma la lucha revolucionaria por el poder y conquiste la dictadura del proletariado sobre la burguesía), enfrentó a Marx y a Engels con algunas de las figuras más reconocidas de su época, permitiéndole delimitar frente a las distintas vertientes utópicas, parlamentaristas o directamente burguesas, una corriente revolucionaria que se organizaría por vez primera en la Liga de los Comunistas y en la Asociación Internacional del Trabajo.

Consecuentemente, el máximo jefe de los comunistas rusos, Vladimir Lenin, quien impulsó la organización de la clase obrera y su vanguardia y dirigió así la conquista del poder y la instauración del socialismo en su país, fue un ferviente combatiente contra las tendencias que abrevaban del marxismo pero renegaban de sus tareas centrales, incluyendo no sólo al populismo, sino también a los socialdemócratas reformistas rusos y europeos, todos autoconsiderados marxistas.

En ese camino, Lenin dio forma a la organización de los revolucionarios, demostrando la necesidad de un partido de cuadros profesionales, firmes política y moralmente, capaces de sostener la lucha revolucionaria frente a la creciente represión de la policía política zarista. Y en la dura batalla por el poder que llevaría cerca de 20 años, se ubicó siempre del lado del combate revolucionario, reclamando y adoptando el uso de la violencia organizada desde el partido, lo que lo llevó a reivindicar las experiencias pasadas de los llamados “terroristas”, a quienes no criticaba por sus métodos, sino por sus posiciones políticas populistas y por su falta de organicidad.

Así, Lenin, marcando los principios marxistas revolucionarios, esgrimió la independencia de clase contra la alianza y subordinación ante la burguesía; frente a las propuestas de un tránsito paulatino y pacífico al socialismo, levantó el combate revolucionario por el poder; frente al nacionalismo patriotero, levantó el internacionalismo proletario; y ante la propuesta de un partido de masas, donde se fundan los obreros convencidos con los vacilantes, y los combatientes bolcheviques con los socialdemócratas reformistas y pacifistas, opuso el partido de cuadros y combate con definición comunista, donde debía concentrarse la claridad programática y la intransigencia revolucionaria como garantía para impulsar por el camino de la revolución socialista al conjunto de los explotados y oprimidos, como efectivamente sucedió en octubre de 1917.

León Trotsky, militante incansable por la independencia de la clase obrera y primer compañero de Lenin en las más grandes tareas de la revolución bolchevique desde 1917 hasta la muerte del último en 1924, fue a su vez, el más destacado defensor de la continuidad del marxismo revolucionario, cuando la revolución rusa fue llevada hacia la traición contrarrevolucionaria por Stalin y su séquito.

Trotsky mostró, en primer lugar, que la política stalinista para la URSS no sólo no significaba una continuidad, sino que se ubicaba en las antípodas del planteo marxista revolucionario del bolchevismo lo que llevaría inevitablemente a la restauración capitalista (como bien lo anticipó más de medio siglo antes de que sucediera). Con el stalinismo, como lo denunciaría Trotsky, la reorganización social en pos de la igualdad y el bienestar colectivo fue trocada por una política contrarrevolucionaria, que, junto al culto a la personalidad, dio lugar a la conformación de una casta burocrática que afianzaba sus privilegios en la medida en que le recortaba al pueblo sus conquistas. Con un proceso contrarrevolucionario en la URSS sostenido a sangre y fuego (con purgas de miles de cuadros, la colectivización forzosa, etc.) se inició así una tendencia similar a nivel mundial que negaba el carácter permanente de la revolución (en cada país y en el mundo) impulsando en su lugar la teoría de la “revolución por etapas”, y que abandonaría la intransigencia en el combate revolucionario por el socialismo para alzar en su lugar las banderas del “socialismo en un solo país” y la “coexistencia pacífica”.

Frente a esta corriente contrarrevolucionaria mundial, Trotsky y la Oposición de Izquierda han cumplido un rol fundamental mediante el sostenimiento de los principios y la educación a las nuevas generaciones en las grandes líneas del marxismo revolucionario que el stalinismo pretendió usurpar y liquidar. Mientras el stalinismo aseguraba que era posible el sostenimiento del “socialismo en un solo país” y que podía además llegar a entendimientos con el capitalismo (lo que luego sería la “coexistencia pacífica”), Trotsky rescató como grandes enseñanzas del marxismo bolchevique el carácter internacional de la revolución proletaria y la necesidad de un combate a muerte por su conquista.

De igual forma, Trotsky sostuvo en alto el criterio de la independencia de clase enfrentando la doctrina stalinista que promovía la alianza con la burguesía por medio del “frente popular” o en nombre de una primera “etapa democrática” de la revolución. Las derrotas obreras en casos tan variados como China, España, Chile, Nicaragua, El Salvador, etc. están tristemente marcadas por la impronta stalinista de la confianza y alianza con la burguesía. Y en este camino (como también lo adelantara Trotsky), siguió la política antiobrera stalinista, llamando a detener la revolución mundial en nombre de la coexistencia pacífica, e impulsando la subordinación de los partidos comunistas a regímenes burgueses que tenían algún vínculo político o económico con la URSS.

Las líneas directrices del marxismo revolucionario, caracterizado por su programa de clase, su enfrentamiento intransigente a la burguesía y a las alianzas con ella, su internacionalismo y su disposición combativa para llevar hasta las últimas consecuencias la lucha por la revolución socialista, tuvieron su mejor continuador en nuestro continente: el Comandante Ernesto Che Guevara, uno de los máximos líderes de la primera revolución socialista triunfante en América Latina. A su puesto de honor como jefe revolucionario durante la lucha guerrillera y la toma del poder, Guevara sumó su práctica consecuente y ejemplar evidenciada tras el establecimiento del estado socialista en Cuba, donde luchó contra el burocratismo y el culto a la personalidad, y donde entregó todo para la edificación de una sociedad nueva, sin privilegios para nadie, que valorara el desarrollo conciente y moral de un hombre nuevo.

En un marco donde el stalinismo y su variante maoísta estimulaban el abandono del programa socialista de la revolución, reclamando la alianza con la burguesía, cuando el culto a la personalidad de Stalin se lo continuaba ahora con Mao y en ambos países se consolidaban las castas burocráticas, cuando se reclamaba la moderación y la no extensión de la revolución; la consecuencia de Guevara lo llevó, no solo a ser austero y antiburocrático en Cuba, sino a practicar él mismo el más amplio internacionalismo extendiendo la revolución por Latinoamérica y África con el firme proyecto de combatir a la burguesía en una conflagración mundial por la revolución socialista.

A su vez, la influencia más importante que el marxismo revolucionario tuvo en nuestro país se dio en organizaciones como el PRT-El Combatiente, el PRT-Fracción Roja y el Grupo Obrero Revolucionario. Organizaciones que se nutrieron de esta corriente para levantar como eje de su programa la revolución socialista en nuestro país; integradas por combatientes entregados de lleno a la causa revolucionaria; (…) que conformaron, para ello, partidos de cuadros, formados por militantes concientes y con una altísima moral, que entregaron todo en el combate revolucionario iniciado, para la toma del poder y la instauración del socialismo.

Cada una de estas y otras experiencias históricas de la revolución obrera, nos ha marcado una senda que estamos transitando, recogiendo los más grandes ejemplos de la teoría, la moral, la organización y la lucha revolucionaria para construir el partido revolucionario en Argentina y hacer la revolución socialista.